domingo, 2 de febrero de 2014

EN ÁVILA, MIS OJOS

     En Ávila, mis ojos,
dentro en Ávila.
     En Ávila del Río
mataron a mi amigo,
dentro en Ávila.

Este breve e intensísimo poema del cancionero popular es una de esas joyas que la tradición oral nos ha dejado. Lo dejo aquí junto con el comentario que en su momento hizo José María Alín

El estribillo con su glosa, de tres versos, forma un poemita simplicísimo de absoluta desnudez; pero que es, sin embargo, de un tan hondo dramatismo, de tal intensidad trágica, que no ofrece parangón. ¿De qué forma se ha conseguido en un poema que sólo cuenta cinco versos esa extraordinaria condensación tragica, ese dramatismo, esa intensidad? Leámoslo detenidamente. Y de súbito, algo surgirá ante nuestros ojos. Ese "algo" es, simplemente, un verbo. ¿Un verbo? No, el "único". Ninguna de las palabras del villancico ni de la glosa, salvo ésta, nos indica la existencia de algo dramático. Sólo el verbo introduce una noción propiamente significativa. Y esa palabra única, preñada de sentido, inunda todo el poema y lo envuelve en un halo fatal. ¿Cómo? Por obra y gracia de su realce expresivo, conseguida mediante la exclusión deliberada de toda otra semejante. Pero no es eso todo. La lectura atenta servirá, también, para que notemos la absoluta desnudez del poema, la falta de todo elemento ornamental que pudiese distraer nuestra atención. Y veremos, cómo se caracteriza por una ausencia de adjetivos calificativos: sólo los determinativos imprescindibles. Nada más. Un sólo verbo, desnudez ornamental. He aquí el milagro deslumbrante de la técnica. Todo encauzado para que esa noción, "mataron", en el principio del verso penúltimo, se convierta en eje y clave del villancico. Todo encauzado, sí.

El autor, primero, nos ofrece la localización geográfica en el estribillo; incluso en la glosa nos antepone el complemento circunstancial de lugar: "En Ávila del Río..." ¿Simple coincidencia o interés po que conozcamos el lugar del crimen? No, mucho más. Se trata de la preocupación por crear un clima, una atmósfera obsesiva ("En Ávila", "en Ávila, "En Ávila del Río", "en Ávila"). Queda bien claro. Sólo en un verso, el que relata los hechos, no aparece el topónimo. Todavía algo: su distribución alternada, de contrabalanceo, reiterativa. Un verso comienza con el complemento; el siguiente terminará con él. Así, con esta insistencia, la mente del lector "sabe", anticipadamente, el lugar que aquél ha de ocupar más adelante, es decir, conoce su existencia antes de que la mención se produzca.

Del estudio introductorio. Cancionero tradicional. Castalia, 1991.

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