domingo, 14 de enero de 2018

EL MAL JUEZ, Cuento popular africano

Como los mitos y las leyendas, los cuentos tradicionales esconden algo que el pensamiento precientífico trata de explicar a través de una historia. Esta es la historia de un mal juez.
Cuentacuentos. Pablo del Río Editor.


Cuentan que un día ocurrieron estas cosas: 
El ratón había roído los vestidos del sastre. El sastre fue al encuentro del juez, que entonces era el babuino y que, como siempre, estaba echándose la siesta. Lo despertó y se lamentó de este modo:

—¡Babuino, abre los ojos! Toma, mira, he aquí por qué he venido a despertarte, hay agujeros por todas partes. Ha sido el ratón quien ha roído mis vestidos; pero él dice que no es verdad, él echa la culpa al gato. El gato también protesta malvadamente de su inocencia y pretende que es el perro quien lo ha hecho. El perro lo niega todo y rumorea que es el bastón quien lo debe de haber hecho. El bastón le echa la culpa al fuego y va diciendo: "Es el fuego, el fuego quien lo ha hecho, el fuego". El fuego no quiere ni oír hablar de ello: "¡No, no, no, no soy yo, es el agua!", se limita a decir. El agua hace ver que no sabe nada de esa historia, pero, como quien no quiere la cosa, insinúa que el elefante es el culpable. El elefante se enfurece y carga todas las culpas a lomos de la hormiga. La hormiga se pone roja, se mete en todas partes, chismorrea, alborota a todo el personal y todos ellos disputan y gritan tan fuerte que yo no puedo llegar a saber quién es el que ha roto mis vestidos. Me hacen perder el tiempo, me hacen ir y venir, correr, esperar, impacientar, discutir, para quitarme de encima sin pagarme. ¡Oh, babuino, abre los ojos y mira! ¡Hay agujeros por todas partes! ¿Qué será de mí? ¡Ahora me encuentro sin un clavo!, se lamentó el sastre.

Con todo, no podía perder gran cosa, porque era un pobre sastre que tenía una esposa alta y seca y un montón de críos, niños y niñas, y también una mala vieja que se estaba siempre delante de la puerta y no era su abuela, no, ni su suegra, ni una extranjera; formaba parte, no obstante, de la familia —era una vieja bruja que se había hecho dueña de él y de los suyos, y los atormentaba mucho; tenía unos dientes muy largos y una hoja de cuchillo en la espalda le servía de vértebras—; se llamaba Hambre. El Hambre vivía delante mismo de su puerta, y cuanto más trabaja el sastre, más el Hambre se lo tomaba todo; entraba desvergonzada en la casa, vaciaba las calabazas y las ollas, pegaba a los críos, se peleaba con su mujer, disputaba con él, hasta tal punto que el sastre ya no sabía dónde mirar. Y he aquí que ahora el ratón acaba de roer los vestidos de los clientes y los dejaba llenos de agujeros.

En verdad, era un pobre hombre y estaba muy abatido; por eso había ido a despertar al juez, que entonces era el babuino, que siempre se echa la siesta.

—¡Oh, babuino, abre los ojos y mira, hay agujeros por todas partes!

El babuino se puso en pie. Era grande y grueso y reluciente de salud. Escuchaba al sastre acariciándose el pelo. Solo pensaba en la delicia de volverse a dormir. Pero, no obstante, convocó a todos los acusados. Quería acabar rápidamente para poder reemprender el sueño. 

el ratón vino a acusar al gato; el gato señaló al perro; el perro gritó que era el bastón; el fuego se las tuvo con el agua; el agua cargó todas las culpas al elefante; el elefante, enfadado, lo cargó todo encima de la hormiga, y la hormiga, la hormiga roja de rabia, la hormiga mala lengua, no paraba de envenenar la cosa. Iba, venía, gesticulaba, explicaba chismes, murmuraciones, calumnias, alentaba a los unos contra los otros, comprometía a todo el mundo, sin olvidarse, naturalmente, de pleitear por su causa diciendo que ella no tenía la culpa de nada.

¡Qué alboroto! Todos gritaban a la vez, y la confusión era tan grande y la hormiga se rebullía de tal modo que el babuino ya estaba mareado. Ya iba a echarlos a todos para poder tranquilamente volver a echarse la siesta, cuando el sastre le recordó su deber de juez, chillando más fuerte que los demás:

¡Oh, babuino, abre los ojos y mira, todo son agujeros!

el babuino estaba muy enojado. ¿Qué debía hacer...? ¡Era tan complicado aquel caso! Y además tenía tanto sueño, un sueño tan dulce de volver a dormir. Ya habría podido toda aquella gente dejarlo en paz y resolver entre ellos sus problemas. Estaba en pie. Era grande y grueso y reluciente de salud. Los miraba a todos mientras se acariciaba el pelo. No pensaba en otra cosa que en volverse a dormir.

Entonces dijo:

—Yo, babuino, juez supremo de todos los animales y de los hombres, os mando lo siguiente: ¡Castigaos a vosotros mismos!

¡Gato, cómete al ratón!
¡Perro, muerde al gato!
¡Bastón, pega al perro!
¡Fuego, quema al bastón!
¡Agua, apaga al fuego!
¡Elefante, bébete el agua!
¡Hormiga, pica al elefante!

—¡Idos! He dicho.

Los animales salieron y el babuino se fue a dormir. Y desde entonces los animales no se pueden ver. Solo piensan en hacerse daño.

La hormiga pica al elefante.
El elefante se bebe el agua.
El agua apaga el fuego.
El fuego quema al bastón.
El bastón pega al perro.
El perro muerde al gato.
El gato se come al ratón.
Etcétera.

Pero, ¿y el sastre?, me diréis, ¿quién pagó al sastre los vestidos rotos?
¡Ah, sí, el sastre!

El babuino lo había olvidado como si tal cosa. Por esto el hombre siempre pasa hambre. 
El hombre trabaja, el babuino duerme.
El hombre espera siempre justicia.
Siempre tiene hambre.
Pero también, cuando el babuino quiere salir de casa, enseguida se pone a correr a cuatro patas para que el hombre no lo reconozca. Por eso, desde entonces, lo veréis correr a cuatro patas. 
Porque fue un mal juez perdió la facultad de andar erguido.

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