miércoles, 7 de febrero de 2018

JUANA DE IBARBOUROU, 1

Adentrarse en el territorio Ibarbourou es complicado en estos tiempos de suspicacia, corrección política y reivindicaciones múltiples y variadas. Y lo es porque Juana de Ibarbourou (1892-1979) se ha convertido en un símbolo, y ya sabemos que a los símbolos se le adhieren muchos significados que en su origen nada tienen que ver con el objeto o guardan una relación lejana con él. El caso es que una vez adquirido, el objeto se convierte en símbolo y trasciende su propio ser. Coincidencias varias han provocado que la escritora se convierta en un mito al que es difícil dejar de ver como tal, a no ser que nos abstraigamos del ruido exterior y nos dediquemos a leer su obra tranquila y sosegadamente.  

Para empezar, en 1929 fue proclamada como "Juana de América" en el Palacio Legislativo de Uruguay, lo que significaba algo así como una proclamación de mejor poeta de América hecha desde la institución estatal. Cuando murió, fue enterrada con honores de Estado y se estableció un día de duelo nacional. Para continuar, tuvo una vida privada que no se correspondía con la vida pública: un marido maltratador que ella sufrió en silencio. Además, nació un 8 de marzo, lo que dio pie a que el año pasado el 125 aniversario de su nacimiento se convirtiera en la imagen en América Latina de la huelga de mujeres convocada en todo el mundo. Y todo esto, para terminar, sin tener en cuenta la polémica por la parodia de Zíngaros y el follón con el autor de Al encuentro de las tres Marías. 

Es, por tanto, necesario leer la obra de Ibarbourou al margen de los accidentes extraliterarios. Se ha escrito, y comparto esa opinión, que Las lenguas de diamante equivalen al nacimiento a la vida, Raíz salvaje (1922) a la apasionada juventud, La rosa de los vientos (1930) a la madurez y Perdida (1950) a la vejez. De todos ellos, también en mi opinión, los más frescos y espontáneos, en los que logra los más brillantes hallazgos, son los dos primeros. Pero cada cual tiene sus gustos.


RAÍZ SALVAJE

Me ha quedado clavada en los ojos
la visión de ese carro de trigo
que cruzó rechinante y pesado
sembrando de espigas el recto camino.

¡No pretendas ahora que ría!
¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos
            estoy abstraída!

Desde el fondo del alma me sube
un sabor de pitanga a los labios.
Tiene aún mi epidermis morena
no sé que fragancias de trigo emparvado.

¡Ay, quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!

Soy la misma muchacha salvaje
que hace años trajiste a tu lado.

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